Me gustan los relojes locos,
que se adelantan dos minutos
o se atrasan cien segundos.
Sin motivo, sin excusa.
Porque les guía su inconsciente
o la impulsividad y la alegría.
La cuestión es que nuestros cuerpos
fueron fabricados para encajar
el uno con el otro
y hacer funcionar las manecillas del amor.
Los relojes buenos
tienen la ventaja,
o desventaja en mi opinión,
de funcionar perfectamente.
Siempre constantes,
siempre precisos,
siempre puntuales.
Esa constancia transformada en rutina,
esa rutina pintando al aburrimiento
de la mano de la monotonía.
En definitiva: los relojes perfectos
se definen por la más estúpida de las imperfecciones.
La constancia.
Es por esto que ese reloj loco,
picarón, graciosillo, pirado,
que se guía por impulsos,
que se adelanta o retrasa a su antojo.
Esos son los que menos se venden.
Los relojes impuntuales
son denominados como malos.
Y ¿por qué?
Porque tenemos envidia.
Envidia de que los engranajes de ese reloj sean dos cuerpos,
dos personas, dos enamorados, dos locos,
a los que nunca encontró la rutina.
Dos piezas que se burlan de la constancia y del aburrimiento.
Por eso compramos relojes puntuales.
Porque no queremos comprar a dos tipos que se quieren a pesar del tiempo.
Porque lo que queremos ver son dos personas que no vencieron a la rutina,
para poder sentirnos mejor pensando que no somos los únicos que fracasamos en nuestro intento de felicidad. De encajar con otra pieza, de una manera tan perfectamente imperfecta que el mañana no sea una mera calcamanía o fotocopia del hoy ni del ayer.
Bravo
ResponderEliminarGracias :)
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