Recibí la petición de una amiga de reescribir un microrrelato que había escrito ella y convertirlo en poema. Esto fue lo que ella me envió:
Misteriosa, fugaz y sorprendente. muy sorprendente. Tan sorprendente que parece que estalla en añicos la imaginación de quienes la aprecian. Después del truco el público queda encantado. El tiempo corre y la sensación se olvida pero justo entonces, cuando todos creen que ya no hay más, que la función va a terminar, el mago les deleita con el mayor de los espectáculos. Pero justo entonces, cuando creo que ya te has ido, que no habrá marcha atrás, vuelves y me impresionas como haces siempre... porque así es como tú eres, sorprendente, como la magia.
Y esto fue lo que le conteste quince minutos después a mi amiga. Su microrrelato en forma de poema:
Sorprendente, absolutamente sorprendente.
El público se levanta, grita y aplaude,
fascinados, obsoletos.
Sus ojos han visto la magia del mago,
lo imposible echo humano.
El público se levanta,
lo cree ya todo acabado,
el truco final ha sido realizado.
El mago no acaba,
lo mejor aún no ha llegado,
cuando crees imposible seguir mejorando,
el coge y reinventa,
te enseña lo inimaginado.
Y tú crees imposible seguir mejorando,
y él siempre ofrece el truco remasterizado,
y tú abres los ojos...
Y tú abres los ojos y no entiendes.
Y él con su magia te explica,
te enseña, que no se trata de entender,
que la magia es imposible hasta que lo hace él.
Se trata de ver,
no de entender.
Y así fue contigo.
Cuando pensaba que todo había acabado,
cuando me alejaba de tí cabizbajo,
tu corres, me sigues, me gritas, me miras,
te miro y sonrío, pues vienes corriendo,
y tú me demuestras que aún no ha acabado,
y tu magia demuestra que no hay que entender,
que solo hay que ver, las palabras de tus ojos,
la mirada de tus labios,
que no hay que entender, que solo hay que ver,
que te quiero vivir,
que me quieres sin fin.
jueves, 29 de septiembre de 2011
lunes, 26 de septiembre de 2011
DIÁBOLO
Mi diábolo no gira
sin la fuerza de tu mano,
agitando con el palo,
una cuerda que hoy me ata,
de los pies a la cabeza,
a tres metros sobre el cielo,
recordando a una tarde,
que con nieve por el suelo,
te cogí sobre mis hombros
y te dije que te quiero.
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